"La Mona de la Catedral"
Según la tradición a
finales del siglo XIX unos niños que habían oído de sus mayores el
encantamiento maléfico que pesaba sobre la pequeña figura -lo
que les hacía rehuir este lugar para sus juegos-, por
dárselas de valientes, decidieron cierta tarde bajar hasta la Plaza
de San Francisco y pasar bajo la imagen demoníaca de la Mona, ante el estupor
de las personas que por allí andaban, pues evitaban tanto mirarla, como pasar
cerca de ella. Desoyeron los niños las asustadas peticiones de aquellas gentes,
a las que parecía que les iba en ello la propia vida, y primero más retraídos y
después más resueltos, pasaron una y otra vez bajo la adusta silueta
de aquella imagen a la que, una vez se
hubieron desinhibido totalmente, le proferían insultos
y gestos soeces. De vuelta a su Barrio, los niños fueron recibidos como héroes
por la chiquillería, y sobre todo por las niñas. Enterados sus padres, les
recriminaron duramente su actitud y les prohibieron volver por allí. Días
más tarde hicieron una nueva visita a la Plaza en compañía de aquellos que
dudaban de su anterior bravura. Una vez llegados al
lugar, se pavonearon de su valentía, mientras que
algunos de ellos permanecían un tanto alejados para no verse sometidos a la
maldición de la Mona. Fue entonces cuando el más envalentonado por las miradas
de admiración de los que se encontraban más lejos, hizo alarde de
su inconsciencia y tomó varias piedras del suelo, lanzándolas
contra la imagen del judío, hasta que una de ellas impactó contra la nariz,
mutilándola. El miedo y admiración se apoderaron de los presentes cuando
vieron que, a los pocos minutos, aquel niño comenzaba a sudar y a sentir
escalofríos. De vuelta a la casa, los padres llamaron al médico. Este le aplicó
ungüentos y le dio medicamentos, pero el niño,
lejos de mejorar, se convulsionaba en la
cama entre gritos. Cuando amaneció, dejaron de escucharse los
gritos. Ahora eran sollozos los que salían de la casa. Eran los de la madre,
viendo el cuerpo sin vida de su hijo.